Tuvo que quedarse solo,
oculto detrás de los jazmines,
porque el protocolo dice que los hombres no lloran.
Tuvo que vestirse de risas
para marchar con los otros
y cumplir con su destino de códigos de barras,
de zapatos relucientes
y valiums que no sirven.
Luego volvió a su celda de trozos de papel,
de olor a café con leche
y palabras sin sentido.
Afuera se oían risas
(¿el carnaval del mundo?)
mientras la noche subversiva llovía entre los pétalos.
Y no hubo forma, entonces,
de que exista el poema.
Osvaldo Rassetto